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Chile: Acotando las expectativas



A pesar de los buenos números conocidos para el crecimiento económico del primer semestre, el mejor desde el año 2012, con una expansión estimada de 4,7 por ciento respecto a igual lapso del año pasado, las expectativas económicas han tendido a deteriorarse. Efectivamente, las empresariales, que luego de varios años en terreno negativo (bajo el nivel 50), marcaron una fuerte recuperación, alcanzando su mejor resultado en febrero (55,6), comenzaron un ajuste a la baja, alcanzando en julio sólo 51,9 puntos, cercano al nivel neutral. Algo similar sucede con las expectativas de los hogares, que luego de alcanzar un nivel positivo en diciembre último, después de varios años en terreno negativo, han ido ajustándose a la baja hasta llegar a un nivel neutral en su último dato publicado para el mes de julio.

Analicemos por separado lo sucedido con cada indicador. En el caso de los empresarios, el deterioro de expectativas respondería a la suma de varios factores. Primero, es evidente que el entorno económico internacional y regional registra un deterioro relevante a lo largo de los últimos meses. La sostenida amenaza y parcial materialización de una guerra comercial, que involucra a Estados Unidos con varios otros países o bloques de países, ha terminado dañando la confianza respecto a la mantención de un buen ritmo de crecimiento mundial. Los mercados han aumentado su volatilidad y los indicadores de incertidumbre económica registran un importante incremento. Más aún, se observa una corrección a la baja en el precio de algunos commodities, teniendo particular importancia para Chile el caso del cobre.

Agreguemos que el crecimiento en varias zonas del mundo tiende a debilitarse, es el caso de Europa, Japón y varias economías emergentes, además de un eventual impacto, aún no dimensionado, sobre el crecimiento de China, nuestro principal socio comercial. Debemos sumar también, el deterioro que registra la región, con Argentina manteniendo un delicado equilibrio para evitar una nueva escalada contra su moneda, y Brasil, donde a algo más de dos meses de la próxima elección presidencial el nivel de incertidumbre es muy significativo.

Al deteriorado escenario externo, podemos agregar que la velocidad con que se están gestionando las reformas más relevantes para despejar incertidumbre sobre la inversión futura, ha sido menor a la requerida por el mercado. A estas alturas se esperaba tener avanzada la discusión parlamentaria respecto a la reforma tributaria, y la realidad es que aún no se conoce el proyecto. Algo parecido sucede con la regulación laboral o con la medioambiental, clave en la aprobación de grandes proyectos de inversión. Si a esto sumamos un accionar más lento de los mandos medios que conforman los distintos ministerios, como consecuencia en muchos casos de la falta de experiencia de las autoridades que asumieron con el nuevo gobierno, terminamos de describir un escenario que permite entender el deterioro del clima de negocios y las expectativas empresariales.

En el caso de los hogares, las razones son distintas, y se relacionan principalmente con el natural rezago que registra la recuperación en el mercado laboral. La tasa de desempleo se mantiene alta, incluso hay buenos argumentos para pensar que bien medida, podría ser incluso mayor, toda vez que la antigüedad de la muestra utilizada para encuestar sobre la situación laboral de la población es excesiva, lo que probablemente tiende a subestimar el tamaño de la fuerza de trabajo. Esto es consistente con salarios que han desacelerado su crecimiento, al punto que en su último dato conocido para el mes de junio prácticamente están estancados, con un crecimiento real de sólo 0,1 por ciento en doce meses. Evidentemente un mercado laboral que no registra una rápida recuperación, que es lo habitual dados los rezagos que existen entre la mayor actividad y la contratación de mano de obra, provoca frustración en quienes buscan empleo, lo que se traduce en deterioro de expectativas económicas en general.

En definitiva, todo lo anterior puede ser entendido como un “llamado de atención” hacia el nuevo gobierno, de manera que agilice sus iniciativas pro crecimiento, para al menos amortiguar en parte el deterioro observado en el entorno externo. Esto es particularmente relevante para lograr sostener buenas tasas de crecimiento en los años sucesivos, toda vez que el presente año ya muestra una importante inercia, que hace poco probable lograr un crecimiento anual por debajo del cuatro por ciento.

En temas más financieros, la inflación ha tendido a recuperarse más rápido de lo que esperaba el mercado, aunque todavía se encuentra por debajo del piso del rango meta, cuando se toma el indicador subyacente. Se espera que la inflación total se ubique en torno al centro del rango meta hacia fines de año, y que la autoridad Monetaria comience a subir gradualmente su tasa rectora desde su actual nivel de 2,5 por ciento, claramente expansivo, a partir del primer trimestre del próximo año.

Finalmente, en materia cambiaria, el valor del dólar debería mantenerse en niveles parecidos o algo menores a los registrados en las últimas semanas, en la medida que se materialice un escenario relativamente positivo para el crecimiento económico mundial y el precio del cobre. Sin embargo, una clara mejoría externa, decantada por ejemplo por el término de las amenazas en materia comercial por parte del presidente Trump, podría llevar el tipo de cambio hacia abajo en forma relevante, para acercarse a niveles cercanos a los 600 pesos por dólar. Por el contrario, un deterioro adicional tanto a la situación económica mundial como regional, podría llevarlo nuevamente por sobre los 660 pesos por dólar. En nuestro escenario base, la paridad debería fluctuar en un rango entre 630 y 650 pesos a lo largo de los próximos meses.



Gemines (Alianza LAECO)

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